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Las Mujeres Ranqueles y los Gauchos: Una Frontera de Sangre y Libertad

Foto del escritor: Roberto ArnaizRoberto Arnaiz

Nos vendieron cuentos de civilización y progreso, de gauchos heroicos y "bárbaros" a los que había que exterminar. Nos pintaron una pampa domesticada, alambrada, dócil. ¿Pero qué sabían ellos de la frontera? ¿De la soledad infinita, del viento que corta la piel, de la noche cerrada donde solo el que sabe escuchar el silencio sobrevive? En ese escenario brutal, donde las reglas no venían de Buenos Aires ni de la corona española, las mujeres ranqueles y los gauchos hicieron su historia. Una historia de lucha, de mestizaje, de resistencia.


Las mujeres ranqueles no esperaban órdenes. No necesitaban permiso para decidir su destino. Antes del matrimonio, elegían a su compañero, y si el trato no era justo, se iban. En la toldería, su palabra pesaba. Eran curanderas, mediadoras, jefas de familia. María Antonia Díaz, esposa de Painé y madre de Pincén, no solo crió a un gran líder, sino que fue pieza clave en negociaciones con los blancos. Fue de esas mujeres que sostienen la historia con sus manos, aunque los libros la olviden.


Y del otro lado, el gaucho. Errante, desconfiado, más acostumbrado a la traición que a la lealtad. Algunos nacieron en la estancia, otros en los fortines, otros eran desertores. Pero todos sabían lo mismo: en la pampa, la única ley real era la que uno podía sostener con el facón o con la astucia. La frontera no era un lugar para débiles. Había hambre, había sangre, y el que se descuidaba, amanecía con los huesos blanqueados por el sol.


No todo fue guerra. Entre gauchos e indígenas hubo batallas, sí, pero también hubo alianzas, mezclas, aprendizajes. Los gauchos aprendieron a leer la tierra como un libro abierto, a reconocer la lluvia en el olor del viento, a cabalgar como si fueran parte del caballo mismo. Las mujeres ranqueles les enseñaron qué plantas curaban las heridas de facón, cómo encontrar agua donde parecía no haber nada, cómo sobrevivir con lo mínimo. No era solo un intercambio de conocimientos: era una lección de vida y de resistencia.


Algunos gauchos encontraron refugio en las tolderías. Ranquelino Montenegro, desertor del ejército, se convirtió en guerrero entre ellos. Otros se quedaron porque quisieron, porque encontraron en esas mujeres una fortaleza y un respeto que no existía en el mundo "civilizado". Pero nadie, ni gaucho ni ranquel, podía darse el lujo de la debilidad.


Luego llegaron los fusiles y los alambrados. Se acabó la tierra libre, la pampa abierta. La Campaña del Desierto no solo mató indígenas: mató al gaucho errante, lo encerró en la estancia o lo empujó a la pobreza. Y con los años, la historia se escribió en los escritorios, con tinta domesticada, olvidando nombres, borrando vidas, disfrazando la verdad con discursos de progreso.


Pero la frontera nunca fue solo un lugar. Fue un estado de guerra constante. Y no terminó con la Campaña del Desierto ni con los alambrados. Sigue viva en cada argentino que se niega a ser domado. Porque la historia no es del que manda. Es del que resiste.


📖 Si querés conocer más sobre esta historia de lucha y coraje, leé "Lágrimas y Coraje: La Fuerza de los Ranqueles y la Identidad en la Frontera".

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