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El flojo, el sabio y el lobo, cuento popular

Foto del escritor: Roberto ArnaizRoberto Arnaiz

  

Había una vez, en un pueblo olvidado entre cerros pelados y caminos de tierra seca, un hombre que todo lo hacía tarde. Le decían "El Flojo", aunque su verdadero nombre era Antonio. Este Antonio tenía una habilidad especial para postergar: la siembra la hacía cuando ya el sol de diciembre quemaba la tierra, arreglaba el techo solo después de las tormentas y prometía a todos que algún día sería alguien grande. “Mañana, mañana lo haré”, decía siempre, con un bostezo y un mate frío en la mano.


Un día, el hambre llegó al pueblo. No era que escasearan las papas o el maíz, sino que un lobo gigante, negro como una noche sin estrellas, había bajado de los cerros y se estaba comiendo todo: gallinas, ovejas y hasta el perro del comisario. La gente del pueblo vivía encerrada, aterrada. Y Antonio, como era de esperar, se quedó bajo la parra, diciendo: “Que lo mate otro. Total, mañana será otro día”.


Pero entonces llegó al pueblo un sabio errante, un hombre de mirada aguda y barba blanca que parecía saber cosas que los demás ni soñaban. “Ese lobo no es un animal cualquiera”, dijo, mientras la gente lo escuchaba con atención. “Es la encarnación del miedo. Si no lo enfrentan, nunca recuperarán sus vidas”.


El sabio propuso un plan: necesitaban a alguien que subiera a los cerros y enfrentara al lobo en su cueva. Todos miraron a Antonio, porque, a pesar de su fama de flojo, era el más corpulento del lugar. “Yo no, che. Estoy ocupado. Además, ¿por qué no vas vos?”, respondió, intentando escabullirse.


El sabio lo miró fijamente, como si atravesara su alma. “El lobo sabe quién puede derrotarlo. No soy yo, ni nadie más aquí. Eres tú, Antonio, quien debe enfrentarlo. Pero debes hacerlo hoy, no mañana”.


Contra su voluntad y empujado por la mirada juzgadora de los demás, Antonio agarró un palo y subió a los cerros. Mientras trepaba, con el corazón apretado de miedo y la boca seca, pensaba: “¿Por qué a mí? Yo no soy un héroe. Apenas soy un tipo que siempre deja todo para después”.


Cuando llegó a la cueva, el lobo lo esperaba. Era enorme, con ojos rojos y dientes que brillaban como cuchillos al sol. Antonio tembló de pies a cabeza. El lobo se le acercó, despacio, como saboreando su miedo. Y entonces, ocurrió algo extraño. El lobo habló.


“¿Qué haces aquí, humano? ¿No eres tú el que siempre escapa de todo?”, dijo con una voz profunda que resonaba como un trueno.


Antonio no supo qué responder. El palo se le cayó de las manos. “Yo… yo vine porque todos me obligaron. No quería venir”.


El lobo rió, una risa que hizo eco en las montañas. “Eso pensé. Eres débil, pero tengo una oferta para ti. Regresa al pueblo y diles que no me enfrentaste porque no podías. Así vivirán con miedo, y yo seguiré reinando. Tú estarás a salvo, y ellos, encerrados”.


Antonio bajó la mirada. Su miedo era más grande que la montaña. Pero en ese momento recordó las palabras del sabio: “El lobo es el miedo. Si no lo enfrentas, nunca recuperarás tu vida”.


Entonces, algo se encendió dentro de él. Tal vez era orgullo, o rabia, o la simple necesidad de cambiar. Levantó el palo y, aunque temblaba, dio un paso adelante. “Tal vez soy flojo. Pero hoy, aunque sea hoy, no lo seré”.


El lobo gruñó, pero Antonio avanzó. Sus ojos se clavaron en los del animal, y con cada paso, el lobo parecía hacerse más pequeño. Cuando estuvo frente a él, ya no era un lobo gigantesco, sino un perro viejo y cansado.


Antonio levantó el palo, pero no golpeó. En cambio, dijo: “No eres más que mi miedo. Y hoy decido que no me gobiernes más”.


El lobo bajó la cabeza y desapareció, como una sombra al amanecer.

Antonio volvió al pueblo, cansado pero erguido. Cuando la gente le preguntó cómo lo había hecho, simplemente respondió: “A veces, no es cuestión de fuerza, sino de decidir. Y hoy decidí no dejarlo para mañana”.


Desde entonces, a Antonio dejaron de llamarlo "El Flojo". Pasó a ser “El Hombre que venció al Lobo”. Y aunque todavía le costaba madrugar, cada vez que lo hacía, recordaba que la única forma de vencer al miedo es enfrentarlo.



 
 
 

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